Un rostro suavizado por los desfallecimientos de la vida, doblegado por dolores que se convirtieron en ternura, en vez de ira. Sin resquemores, sin miedos, valiente como la quilla de sirena de un barco vikingo. Donde había trazos de arañazos violentos, puso gel de rosas con cuidado; donde brotaban miradas áridas y ascuas encendidas, prendió ternura por doquier. Aprendió la más ínclita de las lecciones: convertirse en Midas para los otros.

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